viernes, 14 de junio de 2013

...Señora Lilith... (Estos renglones cortos, están dedicados a la obra pictórica, que realizó Dante Gabriel Rossetti, basándose en Lilith, un antiguo mito judío, que al parecer, fue la primera esposa de Adán, al que abandonó…)


Señora Lilith (detalle)
De Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)



Desde la primigenia del tiempo
ya los hados describieron su poesía,
ya nos unieron,
lo grabaron a fuego, en el verso de la vida.
Pero la prosa indolente aliada con la fatalidad del destino,
ya cambió el argumento
sin el consentimiento,
sin la firma autorizada,
la sellada en el primigenio del tiempo.

Ya quedamos separados,
por la coma del relato,
por el punto de la prosa.
¡Sí en el verso quedé preso!
¡Sí  ya quedé de tu sonrisa cautivado!

Ya los deseos invadieron el orden,
estableciendo el caos de lo insatisfecho,
el de fundirme poco a poco en lo dulce de tu esencia,
de las ansias de entregarme,
cuando la nada es la qué suplica.

Porque no se ha establecido mi imagen en tus latidos.
Porque no andas presa de mis anhelos.
Porque no andas como yo, confinado, desahuciado,
medio loco, medio cuerdo,
pero atado, bien atado a lo dulce de tu rostro,
a lo que envuelve tu envoltorio,
al envoltorio completo.

Y te miro despacio, como sin prisas…
Tu pelo de seda trigueño,
tus ojos color de almendra
tu boca de un rojo, coral rojo.

Y me paro, suspendo por un momento mis ganas.
Me paro, no puedo,
ahora, el momento es la espera.

Y te miro de lejos, a distancia media entre tu mundo y el mío.
Y yo, la coma que no altera la frase de tus efusiones,
mientras me derrumbo para mis adentros,
 pero en silencio,
porque él es mi testigo,
el único consentido,
ése que sabe lo que sufro, lo que sienten mis adentros.

Ése, el acompañante,
el Silencio que sabe los escondrijos
donde almaceno, una a una
las colecciones de tu hechura.

¡Dios, qué no daría por besar tu boca vestida de rojo!
¡Qué daría por desgarrar mis labios con el coral de los tuyos!
¡Qué daría por rozar tu pelo trigueño
con la  punta de mis dedos, solo en roce, solo en caricia!
¡Qué darían mis ojos por rajar la almendra de tus ojos
para saciarme de lo bello,
del misterio protegido!

Y entre tu mundo y el mío, la coma que no altera el enunciado,
la que no altera la frase,
¡qué por no alterar no altera nada!!!




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