III. La poesía en el Grabado: “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, Alberto Durero (1498)



"Los cuatro jinetes del Apocalipsis"
Alberto Durero ―1498



Y el cielo se abrió en dos,
justo en  dos partes tenebrosas
que auspiciaron los profetas.

Un gran trueno desató las furias
contenidas del supremo,
dejando libre  vaticinios
categóricos que portan cada uno de los corceles,
el de blanco, el de rojo, el de negro,
y el de un verde espectral, desembocando,
hasta rozar a un  rutilante amarillo…

Y prorrumpieron con sones de trompetas
agoreras, promulgando la Apocalipsis, el final,
el del final del Juicio.

A galope,
encabezando la hermandad de los jinetes,
con su arco en la mano,
el garboso y arrogante,
el bizarro de color níveo portando los agüeros,
el de la muerte, el fin y la derrota.
Es el concluyente y categórico,
el del fin estipulado y anunciado.
Al que todos temen porque decreta el final por excelencia.

A su lado, en la campaña,
blindando la gran espada,
un intrépido y osado bizarro
exaltando su mensaje, va engalanado de rojo.
Advierte que la destrucción es la que porta,
que se desencadenará sin que nadie la refute.
Porque él es la esencia del quebranto
que interpreta el presagio ya revelado…

Al lado del rojo, va cabalgando
el corcel con el jinete,
todo enlutado de negro.
En una mano, la balanza que presagia
la desestabilización del peso.
Inclinando la balanza al poseedor del gran peso,
del peso auspiciado, el vaticinado,
el que le corresponde por antonomasia
al peso del colapso de las riquezas mezquinas,
que desestabilizan la balanza
que desequilibran el peso….

El último de la compaña
ocupa el más rancio de los lugares,
porque ahora es la parca, que se disfraza de colores,
entre el verde espectral que desemboca,
hasta rozar al rutilante amarillo,
el del espectro visible  que interpreta el ojo,
ése, el del humano….
Trota con paso cansado, apenas un resuello
del escuálido cabalgante que cabalga
sobre el jamelgo desnutrido, lánguido.
Aparentando no tener fuerzas,
siendo él, el que ostenta el rango que anuncia
la aniquilación de los mortales,
los que morirán de hambre
de enfermedad por ser,
que acabara con su existencia…

Ya os agoreros proclaman las profecías
que describen el juicio, la Apocalipsis,
el del final del juicio.
Y el gentío se escabulle por entre las pezuñas de los jamelgos
con miedo, con llanto, con tormento
que reflejan en sus cuerpos moribundos,
de miserias repletos.

Henchidos, saturados, embargados
de suciedad, de roña, del deshecho
aposentado en sus almas,
que enraízan sus entrañas,
los cuatro que cabalgan juntos,
el jinete de corcel níveo,
el enlutado, el encarnado,
y el enmascarado de un verde espectral
que roza,
el rutilante amarillo del infierno…



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