sábado, 29 de septiembre de 2012

"La armonía perfecta"

Nature`s Beauties
De Charles Sapencelayh (1865-1958)


          Manolo era un anticuario de la calle Las Fuentes, una calle donde se apiñaban todos los pequeños comerciantes con sus arcaicas tiendas, en ellas mostraban día tras días objetos muy antiguos, esos que formaron parte de la vida de personas desconocidas. Esos objetos poseían un gran valor, todos tenían alma, esa que se gestada con los recuerdos grabados a través de los años, con esa huella que se queda impresa después de  recorrer un largo camino.
Todos esos objetos fueron testigos de dramas, sufrimientos, alegrías, desengaños…, todos habían tenido el privilegio de asistir como meros espectadores de un melodrama, participaron de todas esas vivencias que sucedieron a su alrededor, sin poder tomar decisiones, sin alterar la escena, pero impregnándose de un aura que solo poseen los objetos antiguos, ¡tan bellos!, pero tan caducos para una gran parte de compradores más preocupados por lo moderno, lo nuevo, lo último.
        Y como todas las mañanas Manolo, arrastrando el peso de los años a sus espaldas, subió la baraja de su tienda de antigüedades, cada vez lo hacía con mayor lentitud, le costaba tirar de la antigua argolla de la cerradura, pero por fin lo consiguió, entonces penetraron en el interior todos los rayos de la luz de esa mañana iluminando todos los objetos y muebles del  interior. Manolo los saludo con cariño, como todas las mañanas,
       -Buenos días-, y  pudo escuchar perfectamente como todos le devolvieron el saludo. Muchos de aquellos objetos  estaban deseosos de dar un nuevo giro a sus vidas por eso esperaban la llegada de Manolo con ansiedad, tenían ilusiones por salir de allí,
       -¡Ojala hoy sea mi día!, ¡ojalá alguien se fije hoy en mí!-, esos eran los aventureros, los ávidos por conocer nuevos lugares, allí se aburrían, los días transcurrían con la misma monotonía. Sin embargo otros deseaban justamente lo contrarío, como era el caso de la elegante consola y el jarrón chino, ellos sentían miedo cuando algún cliente entraba en la tienda, temían que se pudieran fijar  en alguno de los dos y los separaran, ahora que eran felices, se tenían el uno al otro, compartían confidencias, y les gustaba vivir en aquella tienda, antigua pero acogedora, protegida por Manolo que les mimaba valorándolos por lo que eran, objetos con alma.
      La preciosa consola victoriana, había vivido durante muchos años en  la mansión de Lord Clapton, teniendo que soportar  el peso y la prepotencia de un reloj de bronce muy valioso, con peana de mármol y una campana de cristal que lo protegía hasta del polvo,  la pobre ya no podía más, y ocurrió que un día sin saber cómo, se encontró de repente en la tienda de Manolo, en un rinconcito, acoplada a un jarrón chino perteneciente a  la dinastía Ming, encantador,  de porte elegante y delicado,  que lucía en su figura unos dibujos de plantas marinas de color azul sobre un fondo blanco, además engalanado con filigranas doradas. Los dos formaban la pareja perfecta, pero esa  mañana, todo cambió, una chica entró en la tienda y se dirigió directamente hacia ellos,  la refinada mesita hubiera temblado, sino llega a ser de madera de caoba.
       -Justo la consola que estaba buscando-, dijo Denise, que sin pensarlo dos veces la compró, haciendo oídos sordos a Manolo, que intentó por todos los medios no separar a tan elegantísima pareja, pero no hubo suerte, los dos perdieron parte de su esplendor con la separación, sabían que ya nunca volverían a estar juntos y esa tristeza se les notaba.
       Una vez en casa Denise probó la consola con un jarrón de cristal, con una lámpara de seda, con unos marcos de plata y una bandejita esmaltada, pero nada, la consola no deslumbraba tanto como en la tienda con aquel jarrón chino tan bello.
       -Buenas, venía por el jarrón chino, el que estaba sobre la consola que me llevé ayer-, dijo Denise que entró en la tienda de Manolo muy decidida. Aquel  jarrón chino al escucharla casi da un salto de alegría, si no llega a ser porque era de porcelana.
       Y una vez en casa de Denise se obro la perfección donde los dos objetos fundieron sus almas creando una belleza imposible de superar, ¡por fin, habían conseguido la armonía perfecta!


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