miércoles, 3 de octubre de 2012

¡Toda una obra de arte!

“Mi pequeño homenaje a un pintor que siempre admiraré 



“Campesinos comiendo patatas”, de Vincent van Gogh
Litografía sobe papel Japón
Museo Thyssen-Bornemisza




La sencillez más absoluta trataba de abrirse hueco, ir poco a poco, adaptándose, fundiéndose con el entorno, ese que por el momento le habían adjudicado, y  que de ahora en adelante se convertiría en su morada.  
La verdad es que no se encontraba nada mal en aquel lugar, porque después de tantos años y tanta travesía recorrida, aquí, el ambiente era cálido, pero sin exageraciones, el fresco de un aire acondicionado del que otras compañeras se quejaban, ella ni lo apreciaba, porque ella venía del norte, de Nuenen, de allí, de los Países Bajos, y sabía muy bien lo que era pasar frío, frío.
Y aunque, a simple vista, todo la favorecía había algo que la atormentaba, de repente la  invadió la inseguridad, el sentido del ridículo, el miedo a la mofa, era mucha la belleza que la rodeaba, demasiada genialidad, demasiada perfección.
-Quién podría fijarse en mí teniendo al lado tan notables y prestigiosas obras de arte, con las que de ahora en adelante tendré que convivir -pensó.
Ella era tan solo una pequeña obra, heredera de  otra que  tan solo fue una mera descripción pictórica, una simple obra, una de las primeras de un alma inquieta, sedienta de dar a conocer esa otra parte de la realidad que para muchos estaba pasando desapercibida; tan solo fue el fruto de aquella alma atormentada, que andaba siempre a la búsqueda de algo que ni el mismo sabía si existía, y le tocó ser una de las obras más oscura de aquel personaje, de su creador, porque, luego ¡bien que, éste, descubriría los destellos de unos colores puros!, y realizaría obras cautivadoras, sublimes en belleza, de una fuerza apabullante, y que se llevarían todo el esplendor del que aquella pintura carecía por ser una de las primeras, a la que solo le tocó los tonos que iban desde el ocre hasta el negro, tonos sombríos de tierra sin apenas claridad , tan solo la que emitía una lámpara colgada en el techo; una pequeña luz mortecina que iluminaba la estancia.
Y a ella le tocó menos aún, fue creada con prisas, en un solo día, y  a partir de aquella  obra pictórica  de tonos sombríos, porque ella solo fue una estampación en  papel, producto de un dibujo realizado con un buril sobre una piedra, y ¡qué para colmo!, su autor, no calculó bien y salió invertida, los personajes que la formaban tomaron la posición contraria con la que contaban en la obra original, al de aquella pintura, y ese era otro motivo más que le hacía sentirse en un segundo plano, en un segundo nivel.
Ahora  gozaba de un lugar privilegiado, ¡quién se lo iba a decir!, y menos aún a su trastornado creador; pero se encontraba un tanto incomoda,  hubiera preferido mil veces, formar parte de un espacio tranquilo, colgada en cualquier estancia de cualquier casa humilde, ella era muy tímida, llevaba impresa en la frente la naturalidad de la humildad, ¡pobre de ella!, porque a pesar de los años, nada había cambiado, tan solo en su ubicación, pero sus protegidos seguían comiendo patatas, esas patatas  que habían recolectado con sus propias manos, esas con las que ahora se las llevaban a la boca como si se tratase de un rico manjar, alumbradas por esa vieja lámpara, en torno a una mesa, pero en familia, en un hogar.
Ella era consciente que no podría gustar a nadie, ni ser admirada, lo sabía muy bien, su creador también lo tenía tan claro, que de algún modo se lo transmitió, y ella asimiló lo que le tocaba y lo aceptó, no se reveló, pero ahora todo era distinto, se encontraba en un lugar demasiado lujoso, demasiadas miradas se posaban en ella, tratando de escudriñar cada detalle de su intimidad, intentando profundizar en su alma, y se sentía incómoda:
-¡Han sido demasiados años  asumiendo el rol que me correspondía!,  ahora es difícil adaptarme a esta nueva época, a este nuevo espacio tan bello  -y mientras estaba abstraída pensando todo eso, colgada en la pared de una de las estancias de aquel antiguo palacio de Villahermosa, convertido hoy en un bello museo, de repente escuchó:
-Antonio, fíjate, esta obra se llama “Campesinos comiendo de patatas”, y es de Vincent van Gogh. Me gusta mucho, mira como ha reproducido una realidad en su estado más puro, y ¡fíjate la belleza que se refleja en los personajes!, no necesitan del color para ser una obra sobresaliente. Es el hogar de una familia humilde sin más.
Ella al escuchar el comentario de aquella joven, se emocionó y sin que nadie se diera cuenta, por que el alma no tiene permiso para traspasar el umbral de lo visible, la obra se sintió feliz, a gusto, e incluso sonrió, por que las litografías también tienen alma, esa alma que el autor les imprime nada más comenzar con su gestación. Ahora sabía que podría ser apreciada por lo que era, por lo que se mostraba de ella, y se sintió orgullosa, tan orgullosa y tan admirada como todas las demás.



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