viernes, 19 de octubre de 2012

¡Será mañana! (II parte)




...De repente no noté los dedos de mis pies, el frío helado del suelo había traspasado mis botas que tenían suela de material, y no eran las más adecuadas para la nieve. Estaba anocheciendo, hoy no avanzaría, no estaba preparado aún, ¡Será mañana! Me volví con la intención de regresar al Hostal, pero de improviso un viento suave me envolvió a modo de caricia, no era frío, si no extrañamente cálido, tenía un sonido peculiar, y me parecía distinguir una voz, ¡que incoherencia, por Dios!-, pensé. Pero el sonido se hizo más nítido, más limpio,
            -¡Mi lámpara todavía te está indicando el camino!, ¡Yo sigo esperándote!
Me volví, reconocí esa voz de inmediato, era la voz de Rosalía, no me cabía la menor duda, y de nuevo me quedé petrificado, allí encima de aquel peñasco cubierto de nieve. El viento desapareció, y a mi mente volvieron a acudir los recuerdos.
           
Mis estudios superiores terminaron, y llegó el día de la graduación. Recibí mi título en un acto protocolario y ceremonioso, en el que mis padres, por supuesto, estuvieron presentes. Pero ese día, que presumiblemente se preveía feliz, terminó de una manera que nunca hubiera querido.  Después de la celebración, los tres muy contentos, nos fuimos a festejarlo yéndonos a comer a un lujoso y conocido Restaurante de Madrid, pero me di cuenta que mi padre no estaba bien, tenía la cara algo pálida, aunque lo achaqué a la emoción de los momentos vividos. Pero no fue así, no tenía ganas de comer, y sus labios habían adquirido un leve color morado; sus gestos estaban algo contraídos, aunque el intentaba fingir, bromeando, como si todo fuese normal.
            -Papá, ¿te ocurre algo?-, le pregunté un tanto preocupado.
Mi madre me contestó:
-Está así  hace varios días. No tiene ganas de comer, por las noches no puede dormir  por que se asfixia, y  tiene que sentarse en el butacón; además el dolor en el pecho  me tiene asustada.
            -Pero, ¿Cómo no me lo habéis contado?
            -Tu padre no quería estropearte este día tan especial.
            -No os asustéis, esto seguro que es algún virus que he cogido y en unos días se me pasa. Creo que sois unos exagerados-, contestó mi padre, que no quería darle importancia.
            -Vamos, ahora mismo te llevo al hospital.
            -Pero y la comida, ¿qué pasa con ella?-, me preguntó mi padre, intentando hacer una leve mueca de sonrisa, aunque no lo consiguió.
            -Que espere, ya tendremos tiempo de celebrarlo, ¡Vamos rápido!, levantaros.
Los tres nos pusimos en marcha, algo me decía en mi interior que las cosas no iban bien. Sentí un gran miedo y no me equivoqué. Fuimos a Urgencias del Hospital más cercano, en cuanto que lo vieron le sometieron a varias pruebas, e inmediatamente lo dejaron ingresado, el médico nos llamó para hablar con nosotros:
            -Siento comunicarles que su padre está muy grave, las próximas cuarenta y ocho horas serán decisivas, pero quiero serles sincero, no creo que haya esperanzas.
Me sentí desconcertado, desolado, no entendía bien lo que trataba de decirme el médico, no podía ser, se habrían equivocado, eso no podía estar ocurriendo. Mi madre sin embargo reaccionó con cierta serenidad, tenía claro que había que aceptar lo que estaba pasando, no había otra forma, cada uno teníamos un destino del que no podíamos escapar.
Esa noche mi padre murió agarrado a la mano de mi madre, y con la mía acariciándole
la frente. Por lo visto su muerte se debió a un infarto, al menos eso constaba en su informe, aunque él nunca había padecido del corazón. Trasladamos su cadáver hasta nuestro pueblo donde lo enterramos junto a sus padres, no teníamos más familia.
Durante ese verano me quedé en el pueblo,  traté de estar todo el tiempo que podía junto a mi madre. Intentaba que retomara una rutina de vida sin él, pero eso era imposible. El párroco me ofreció dirigir el coro de la Iglesia, que ya había aumentado tanto en integrantes, como en la calidad de las voces. Fue entonces cuando Rosalía entro en mi vida de un modo especial. Ella cantaba en el coro, y  de pequeños habíamos jugado juntos, porque los dos éramos de la misma edad y en un pueblo, ¡ya se sabe!, pero había cambiado mucho, al verla de nuevo no la reconocí, fue ella la que se dirigió a mí.
            -¡Hola Julián!, ¿te acuerdas de mí?, soy Rosalía.
Y a partir de ese momento empezamos una bonita relación, ella había terminado sus estudios de Magisterio y había aprobado las oposiciones, así que estaba a la espera de que le dieran una plaza como maestra en un colegio, aunque ella deseaba conseguir quedarse en el pueblo,  no quería dejar solos a sus padres, ella también era hija única. Rosalía se había convertido en una chica preciosa, delicada, de modales exquisitos y de un atractivo  poder seductor. Cada vez me sentía más embaucado por su presencia, contaba los minutos que me faltaban por verla, ¿la quería?, aún era demasiado pronto para saberlo con certeza, lo único que tenía claro es que de momento su imagen invadía mi mente de un modo absoluto.
A pesar de la tristeza que embargaba a mi madre, una nueva esperanza apareció en su horizonte, ella confiaba en que mi relación con Rosalía se formalizara, de ese modo la creación de una nueva familia con unos niños, sería lo ideal. Mis padres siempre habían querido que formara  mi propio hogar antes de que ellos ya  no estuviesen conmigo, para que no me quedara solo.
En septiembre de ese verano,  me llamaron para hacer el Servicio Militar, eran dieciocho meses los que tendría que estar fuera, los planes que había elaborado tendrían que retrasarse un poco más. Ahora estaba seguro de mi amor por Rosalía, ya no tenía dudas, con ella quería emprender mi futura vida. Y tuve la gran suerte que me destinaran a un cuartel que estaba muy próximo, justo entre la ciudad y el pueblo. Además, como sabía tocar el saxofón, y se había quedado una bacante, me destinaron a  la Banda militar, cosa que me gustó mucho. Y como estaba tan cerca, excepto cuando tenía guardias, podía desplazarme casi todos los días hasta el pueblo. Mi madre estaría más acompañada y eso me aliviaba bastante, además Rosalía y yo ya éramos oficialmente novios, y así pudimos disfrutar nuestro amor durante todo ese tiempo. Y digo durante “todo ese tiempo” porque al finalizar el Servicio Militar, y estando Rosalía trabajando ya en la escuela del pueblo, yo me desplacé un día hasta el Real Conservatorio de Música de Madrid,  me había enterado que un gran Director orquestal iba a dar unas clases magistrales de Dirección, se llamaba John Rattle, se trataba de un excepcional director que había estudiado en la Universidad de Cambridge y que  tomó la batuta por  primera vez a los diecinueve años. Se lo dije a mi madre y pareció entusiasmarse con la idea, aunque yo sabía perfectamente que fingía por mí:
-Hijo, ya va siendo hora que recuperes el tiempo perdido, sé como sueñas con llegar a dirigir una orquesta. Creo que es una buena idea, debes matricúlate en el curso-, mi madre, como siempre, antepuso mis sueños a los suyos de tenerme cerca. ¡Pobre mía!
Lo hablé también con Rosalía, a ella le pareció también  perfecto, así que con la ayuda económica que mi madre aportaba para mi educación, me matriculé. Para mí fue la experiencia  más increíble que había vivido hasta ahora, el retomar mis estudios musicales fue como una ráfaga de viento fresco, que te despeja y te hace sentir más ligero, más libre. Como yo destacaba entre los quince chicos que asistíamos al curso, el Señor John; como así le llamábamos todos, me llamó para decirme:
-Me gustaría que vinieras conmigo a Dallas, este año voy a dirigir la Sinfónica de allí, y  te vendría muy bien, de momento te podría hacer un hueco como violinista, y luego, ¡quién sabe!, eso te podría ayudar a adentrarte en el mundo de la dirección que tanto te gusta
Los nervios se apoderaron de mí, ¡Viajar hasta América!, ¡Tocar en una orquesta tan importante! Yo, que casi me había resignado a comenzar otra nueva vida, y de repente otra vez aparecía en mi horizonte la posibilidad de conseguir mi sueño. Sentí miedo, y a la vez un placer inmenso, le contesté:
-Pero, ¿para cuándo sería?
-Todavía, me queda recorrer varios Conservatorios con los que tengo concertadas las  clases. Creo que aproximadamente en un mes y medio ya estaré de vuelta.
-Pero, tengo que preparar el pasaporte, arreglar los trámites en la embajada, en fin no sé si me dará tiempo.
-No pongas tantos “peros”, debes decidirte ¡Ya!, el tiempo pasa muy rápido y tienes que tomar una decisión. Tienes que valorar y aprovechar esta que te estoy ofreciendo.
Tendría que contárselo a mi madre y a Rosalía, pero me daba pena por las dos, sobre todo por mi madre, ella se quedaría  totalmente sola, porque seguramente yo tardaría bastante tiempo en volver, y además ahora que el Alcalde del pueblo me había propuesto la Dirección de la Banda Municipal, y que quizás me casaría con Rosalía. Cuando yo estaba empezando a notar alegría en mi madre; ahora las iba abandonar,  no tenía derecho a ser tan egoísta, debía de pensarlo bien y reflexionar, tenía que tomar la decisión correcta. Así que un poco desmoralizado, y con la pretensión de sacrificar mis sueños a favor del bienestar familiar; en cuanto que llegué a casa se lo conté a mi madre, ella me escuchó atentamente y cuando dejé de hablar, reaccionó como menos esperaba,       
-Vamos a ver, cariño, ¿Qué hemos tratado tu padre y yo durante todos estos años?, tan sólo  que fueras feliz, sabíamos de tus sueños, de tus ilusiones, y también sabíamos que algún día te irías, era irremediable. No puedes desaprovechar lo que la vida te está ofreciendo en estos momentos. Lo justo para papá, para ti y para mí sería que fueras a América, no puedes renunciar y conformarte con una vida que nunca te haría feliz, no hijo, no, no puedes hacerlo.
            -Mamá, te quedarías sola-, es lo único que salió de mis labios
            -Yo siempre estaré esperando a que vuelvas, ¿te acuerdas de la parábola del “Hijo pródigo”?, en la que el padre celebró una gran fiesta al regreso de su hijo, pues eso mismo haré yo. El día que vuelvas, te recibiré con mis mejores galas, te prepararé los más suculentos de los platos, avisaré a todos los vecinos del pueblo, y yo seré la madre más feliz del planeta.
Me abracé a mi madre, y los dos empezamos a llorar, sus lágrimas se me antojaban como una mezcla de sacrificio y de melancolía, disfrazadas de un entusiasmo totalmente ficticio, con el único objetivo de que yo fuera feliz. Luego hablé con Rosalía, ella también me animó a que lo hiciera, ya me estaba conociendo a fondo y sabía de mis ilusiones, sabía que frustrarlas podía perjudicarnos si algún día formábamos una familia, y ella no tenía ninguna duda de lo que debía hacer:
            -Primero tienes que encontrar tu camino, y cuando estés seguro y realizado, podremos estar juntos, tu madre tiene razón-, me dijo Rosalía totalmente convencida de que eso era lo mejor para los dos.
Recuerdo que esa noche no pude dormir, había vivido demasiadas emociones, y la mañana siguiente  tendría que comunicar mi decisión al Señor John. Me levanté muy temprano, cogí el autobús hasta la ciudad; allí habíamos quedado en una cafetería próxima a la parada, el Señor John, estaría tan solo unas horas, porque tenía que partir para Granada donde también tenía que dar una de sus clases magistrales. Al verme llegar, se levantó del asiento, y extendiéndome la mano me la estrechó enérgicamente,
            -Mi querido Señor Julián, ¿se ha decidido por fin?
            -Si, estoy decidido, iré con usted, tengo que preparar todo lo que necesito para el viaje y cuando usted me diga, estaré listo para aventurarme en ese gran proyecto.
-De acuerdo, me pondré en contacto contigo cuando haya terminado. Mi representante se encargará  de los billetes. Te recogeremos en tu pueblo, y ¡Bonne Chance!, que dirían los franceses.
Durante ese mes, a penas tuve tiempo de nada, me desplazaba de un sitio a otro, arreglando papeles, había que realizar muchos trámites para poder ir a América. No paraba ni un minuto, apenas veía a Rosalía, y a mi madre tan solo a la hora del desayuno, porque ella se levantaba  muy temprano para prepáramelo. Y por fin todo estaba listo, el Señor John me avisó que vendría el sábado muy temprano en un coche alquilado, ahora me quedaba preparar el equipaje, mi madre me ayudó en ese cometido. Y llegó el día de la despedida, mi madre sonreía mientras me daba ánimos, Rosalía se acercó y me dijo en voz muy bajita:
            -“Yo te esperaré, no importa el tiempo que pase, yo siempre estaré aquí, una luz en mi ventana te dirá que aún sigo anhelando tu vuelta”... 


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