Mujer escribiendo…
De Gérard Ter Borch (1655)
Y
aquí estoy yo,
sentada frente a la hoja blanca
sin
letras,
las
palabras aún aguardan cavilando en el desván de mis bosquejos.
La
pluma limpia, la tinta en el tintero,
la
una deseando mancharse con trazos de fantasía,
la
otra anhelando
por estamparse en lo blanco de la hoja,
sorbida
y engullida por el pináculo frío de la punta de la pluma
En
mi mente ideas de tu manejo,
yo
la poseedora de tu creación,
la
de tu vida.
Yo
la que te regalará con felicidad dorada,
o
te destruiré llevándote a la ciudad con sombras,
de
sombras pardas y frías.
Aún
no lo decido.
Aún
ando a la espera,
y
la espera se impacienta
reclamándome
su sitio,
ya
comienzo el decreto y plasmo garabatos de tu vida
en
el blanco de la hoja,
con
la pluma y la tinta.
Ya te doy la vida,
¡Te daré la felicidad completa!
¡Te otorgaré el don de la hermosura!
¡Te empaparé de amores cientos!
¡Te concederé la libertad absoluta!
Entonces
pierdo, esa última frase me planta cara,
me
desafía,
y
me convierto en manejado en vez de
regidor de tu vida.
¡Maldito el día que te cedí la autonomía!
¡Maldita las palabras de tinta que quedaron
fijas!
Ya
no puedo socorrerte.
Ya
eres señor y gobernador de tu trueque.
Ya
mi pluma y mi tinta ceden a tus demandas,
a
tus fechorías,
a
tus desatinos,
Ya
no puedo protegerte,
ya
cedí el poder a las pretensiones de tu mente.
Porque
la mía,
mi
mente,
mi
arma, la capaz en el momento primero,
se
quedó sin el poder de recomponer entuertos.
Ya
mi pluma desliza las palabras de tinta
sobre
el blanco de la hoja.
Ya
me dejo llevar por tu independencia,
por
tu albedrío.
Ya
eres tú el que me marcas los compases de tu vida.
Me
gustaría darte esperanzas,
arroparte,
susurrante
al oído canciones de cuna
para
que duermas tranquilo,
para
que sueñe con lunas.
Chantajearía
a mi musa para lograr tus deseos,
pero
te di la autonomía y con ella mi vida.
Porque
sufro,
porque
no sé cómo hacer para borrar las palabras
manchadas
con tinta negra,
las
que te dañaron dentro,
las
que te marcaron las afueras.
Ya
intento sacarte del pozo,
salvarte
de tus tropiezos,
enmendado
el estropicio, escribiendo letras bellas
que
embellecieran tu vida.
Pactaré
con la predestinación,
con
la providencia,
¡hasta
con el destino de mis fantasías!,
porque
me causas dolor en el alma,
y
la congoja que a veces me ahoga,
y
escudriño entre mis letras,
y
rebusco en las palabras
las
que enmienden el entuerto,
el
que inicié sin meditarlo,
sin
apenas madurarlo.
Porque
la belleza se escondió, y afloró la fealdad
del
garabato siniestro,
los que formaron las letras,
los
que suenan a palabras perversas.
¡Y
ahora lo decido!,
¡ya
lo decido ahora mismo!,
ya
de nuevo me planto, esta vez postrada
ante
la hoja blanca,
sin
letras,
madurando
las palabras las que
aguardan
cavilando en el desván de mis bosquejos.
La
pluma la limpio,
ya,
restituyo la tinta del tintero,
y
comienzo el ritual para recrear lo más bello,
ya
la pluma anhelante,
ya
la tinta deseosa
por estamparse en lo blanco de la hoja,
sorbida
y engullida por el pináculo frío de la punta de la pluma,
¡Esta vez, tomaré yo las riendas!!!
¡Esta vez, seré yo la que marque los compases de tu tiempo!!!
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