Eran las ocho de la mañana, demasiado
temprano para levantarse teniendo en cuenta que era domingo, y que además no le
tocaba guardia en el hospital. Sofía no
había podido dormir en toda la noche, estaba inquieta, nerviosa, ella se sentía
la responsable y tenía pavor, miedo. Así que decidió levantarse, se preparó un
café y se sentó delante de la mesa de esa pequeña cocina, de su pequeña casa; intentaba dar pequeños sorbos a
un café, con leche condesada, que aún humeaba de lo caliente que estaba, pero
ella no podía esperar, no importaba que sus finos labios aún sonrosados, se
quemaran, ese café, todas las mañanas, lograba su reanimación, su fuerza para
enfrentarse al día, que a veces parecía interminable. Ese café era la necesidad
que su organismo necesitaba, que era capaz hasta de lograr apaciguar la
ansiedad que sufría; extraño cometido para la cafeína, que seguramente se
apiadaba de Sofía proporcionándole, justo, ese atisbo de serenidad que
necesitaba, y en ella funcionaba, pero tan solo en ella.
Su hijo también se había levantado, entró en la
cocina y le dio un beso:
-¿Qué tal has dormido?-, le preguntó
Sofía.
-Fatal, estoy impaciente pero a la
vez tengo cierto temor. Ahora que tan solo me faltan-, Alejandro miró el reloj
de la cocina, -tres horas para conocerlo, me pregunto si tanto esfuerzo habrá
merecido la pena.
-Claro que sí. Tú siempre lo has buscado
y ahora debes estar satisfecho, por fin
lo has logrado. Además no debes tener miedo, Alexandre te tratará muy bien, el
era una persona maravillosa, muy parecida a ti, así que debes tranquilizarte.
-¿Vendrás conmigo?
-No puedo, no sabría cómo
enfrentarme a él, no me siento capaz de mirarlo a la cara. ¡Por favor no me
hagas discutirlo de nuevo!, repetir una y otra vez lo mismo, no va a conseguir
que cambie de opinión.
-Mamá, es que también es “tu
problema”, no lo olvides, tú fuiste la causante de todo.
-Lo sé cariño, y por ti doy la vida,
simplemente se positivamente que yo no te valdría nada más que para entorpecerte.
Además si lo miras desde otro punto de vista, mi presencia os restaría la intimidad
que necesitáis, y te haría perder parte de esos momentos robados,
precisamente por mí. Ya es hora que la vivas como el protagonista real de esta
historia.
-Vale, ya sé que a cabezona no hay
quien te gane. Voy ducharme y mientras, ¿me podrías preparar el té y unas
rebanadas de pan tostado?-, le pidió Alejandro a su madre zalameramente.
-Claro, enseguida lo tienes listo.
Carlos se fue y Sofía de nuevo se quedó a solas en
la cocina, preparó el té verde que tanto le gustaba a su hijo, con leche desnatada,
y sacó del frigorífico el pavo, el queso de burgos y la nocilla, a continuación
cortó cuatro rebanadas del pan integral, y ya estaba todo listo a falta de
tostar el pan, pero no quería que Carlos las tomara frías, así que esperaría a
que terminara de ducharse.
De nuevo se sentó delante de la mesa, cogió el vaso
de café, que ya se había quedado helado,-¡con la rabia que le daba no tomárselo
caliente!-, bueno el día se presentaba muy raro, y ese tan solo había sido el
comienzo.
Sofía dejó caer su cabeza entre sus manos, tenía los
codos apoyados en la mesa, y los ánimos por los suelos, -¡esta maldita
menopausia!-, siempre era bueno tener algo a lo que echar la culpa de todo.
Ahora a sus cincuenta años, notaba como
todo dejaba de tener sentido, se sentía vacía, sin ganas de nada. Su único
motor ahora era su hijo, antes también lo fueron sus padres, que tanto la habían ayudado, pero
ya no estaban con ella, bueno en realidad no la habían dejado sola del todo,
porque aparecían todas las noches en sus sueños; los veía en las fotos, en los
videos, pero no los podía tocar, ni besar, ni abrazar y los echaba de menos. Y
su hijo ya hacía dos años que no vivía
con ella, justo desde que terminó la carrera de medicina, con su
correspondiente especialización en cirugía cardiaca, ahora estaba realizando
unas prácticas con una beca que había conseguido; pero claro, Carlos necesitaba
su intimidad, sus momentos de libertad, así que alquiló un pequeño apartamento
al pie de playa, muy cerca del hospital.
Sofía se había acostumbrado a la soledad, no le
gustaba salir, tan solo el tiempo de ir a trabajar y el obligatorio para
comprar alimentos y todo el resto de cosas que se necesita en una casa, se
había convertido en un ser antisocial. Sus amigas, las separadas y divorciadas,
tenían muchas ganas de juerga y siempre le insistían para que las acompañara,
-Sofía, hija, no te das cuenta que la vida son dos
días y hay que sacarle partido. Eres una sosa, parece como si hubieses
contraído “un pacto de clausura”, ¡Que no eres ninguna monja!, ¡Espabila!
Ellas cuando hablaban de “sacarle partido a la
vida”, se referían a salir de baile, ligar, coquetear con todos los que
estuvieran a su alcance, y vestirse con ropa que ya no acompañaba ni a la edad,
ni a las figuras; y eso a ella no le gustaba, se aburría, no le encontraba
sentido, ¿sería un bicho raro? Aunque algunas veces, por no escucharlas, Sofía
cedía y se disfrazaba con ropa sugestiva y se subía a unos zapatos de tacón,
pero siempre acababa pesando lo mismo,
-¡Espero que se cansen, y podamos volver a casa!
Su hijo también le daba, mil veces la carga, con el
mismo tema,
-Mamá, de veras no te entiendo, ¿Por qué no sales
con tus amigas?, aún eres joven, nadie diría la edad que tienes, eres elegante
y muy, muy atractiva. Seguramente
conocerías a alguien con quien compartir tu vida.
-Ya, ya, deja de alagarme tanto, este fin de semana
seguro que saldré de fiesta-, Sofía siempre le contestaba lo mismo a su hijo,
le agotaba tener que justificarse, dando siempre las mismas explicaciones que a
nadie, ni les servían ni las llegaban a entender, y ¡era tan simple!, algo había en ella que no
la hacía feliz en esos entornos tan superficiales, se sentía incómoda, no tenía
ningún interés por compartir su vida, le bastaba con su hijo.
Sofía disfrutaba dando paseos a solas por la orilla
de la playa, y sentándose en su butacón a leer, horas y horas, sin que el
tiempo importase. Bueno, eso cuando su trabajo como enfermera, y los trabajos
domésticos le dejaban tiempo libre, y así era feliz, no tenía más pretensiones,
todo era así de simple en su vida.
Sofía trabajaba en el mismo hospital que lo hacia su
hijo. Aunque había días que ni se veían, pero no podía quejarse, Carlos se
acercaba mucho a la casa, y de paso se
llevaba los congelados de comida y la repostería que Sofía le preparaba; eso era
otras de las cosas que llenaban su vida. Pero hoy un hecho importantísimo lo
acaparaba todo, hoy su hijo Carlos iba a conocer, ¡por fin!, a su padre.
-Mamá, ya estoy aquí, ¡qué buena pinta tiene esto!,
eres la única que me prepara estos desayunos, ¡ni yo consigo hacerlo como tú!
-Claro, todo sabe mejor si te lo ponen por delante.
¡Listo!, que eres un listo. Bueno quiero que este día disfrutes muchísimo, me
hubiera gustado que las cosas fueran de otra manera, metí la pata, me
equivoqué…
-Vale, deja de culparte, en realidad lo hiciste
mejor que nadie, fue un gran acto de sacrificio, aunque a veces,
inconscientemente yo te diga alguna barrabasada-, y Carlos acercando la cara a
su madre, le estampó dos sonoros besos.
-Bueno, date prisa, ya tan solo te queda una hora, y
no estaría bien que lo hicieras esperar.
Carlos terminó el desayuno, cogió las llaves del
coche y salió pitando hacía la cafetería del hotel donde se había alojado su
padre. Pensaba pasar todo el día con él, ¡tenía tantas cosas que contarle,
tantas preguntas que hacerle!, todas esas que se habían acumulado en su mente con el paso de
los años.
Sofía recogió todos los trastos del desayuno y se
preparó de nuevo otro café, esta vez se lo quería tomar caliente, muy caliente.
Mientras el café se hacía, Sofía se dirigió a su cuarto y buscó una caja que
tenía guardada en el armario, la localizó y se la llevó a la cocina, ya el café
estaba hecho, se lo echó en una taza bastante grande, más dos cucharadas de
azúcar y dos de leche condensada,
-¡Una exageración!, tengo que contralar mi adicción
por el azúcar. Bueno, eso será otro día.
Se sentó de nuevo delante de la mesa, con el café
por un lado y la caja por otro, la abrió y empezó a rebuscar en su interior,
sacó unas cinco fotos y tres tarjetas postales. Relajadamente empezó a mirar
una por una, eran fotos en las que estaba Alexandre y ella, haciendo muecas,
pantomimas, dándose un beso, y es que tenían mucha complicidad, los dos
estuvieron unidos, muy unidos, solo por un tiempo.
Se fijo en una foto en la que los dos estaban en la
playa y le vino a la memoria el día que
conoció a Alexandre. Ella estaba estudiando segundo de enfermería y vivía en un
piso que compartía con dos amigas, pero una de ellas decidió irse a vivir con
su novio, y a ellas las dejaron con una habitación libre,
-Sofía, mira por donde, mi amigo Alexandre también
está buscando una habitación y yo le he dicho que en casa hay una libre, además
es un buen compañero de clase y yo le aprecio mucho, así que hemos tenido
suerte.
-Pero, yo nunca he vivido con un chico, me da apuro,
si mis padres se enteran seguro que no les sientan nada bien.-, le contestó
Sofía a su amiga.
-Vamos no seas cría, ya sé que no estás acostumbrada,
¡eres una chiquilla!, pero confía en mí, Alexandre es una maravilla de persona
y también es de mi edad, así que tú serás la mimada del grupo, no te quejes que
vas a estar muy bien cuidada.-, le contestó su amiga………..
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