.....Y ahora estoy aquí, he vuelto, después de veinte
años; pero no soy capaz de llegar hasta ese horizonte enigmático en el que
pretendo encontrar alivio y sosiego, y al que he estado espiando un día más. Pero ahora no es el momento, se ha hecho demasiado tarde, ¡Mañana traspasaré este lugar,
del que me he vuelto poseedor durante cinco tardes, y veinte años de
recuerdos!, -¡Mañana será!-, me repetí a mí mismo mientras comencé el recorrido de vuelta al Hostal.
Pero el
corazón, de nuevo me llamó la atención, Tendría que ser ¡Mañana!, no estaba
dispuesto a sufrir más emociones. ¡Ya estaba bien!, y me lo ordenó, con un
fuerte latir que me hizo caer en medio de la habitación, -¡Bien, ya veo que no
tengo más remedio que seguir tus normas!, de acuerdo, mañana será el día que me
enfrente a mis miedos y a mis pesadillas. Me tomé las pastillas pertinentes, y
al día siguiente después de comer emprendí de nuevo el recorrido hasta mi
pueblo, pero esta vez sin la parada habitual, me dirigiría directamente hasta
allí.
Ya
atardecía, había comenzado a nevar de nuevo, y mis pasos se ralentizaron, no sé
si por el miedo, o por la falta de estabilidad que el terreno me proporcionaba.
Llegué hasta el peñasco, mis huellas del día anterior habían desaparecido, la
nieve se había encargado de cubrirlas, como si no hubiera estado allí nunca.
Seguí andando, quería que mis pasos fueran más rápidos, pero no lo lograba, ya
estaba muy cerca, las luces del pueblo estaban encendidas otorgándole un
encanto especial. De pronto recordé la frase de Rosalía, y me pregunté:
-¿Y si
estuviera la luz encendida?, pero, ¿cómo puedo ser tan vil?, pretender que aún
piense en mí, ¡menuda desfachatez por mi parte!, seguro que estará casada, y en
estos momentos esté preparando la cena de sus hijos, a los que con una dulzura
infinita le habrá leído cuentos preciosos, y los habrá arropado por las noches,
como mi madre hacía conmigo. Siento envidia de su marido, su compañero, la
suerte le tocó de pleno cuando conoció a Rosalía.
Esos
pensamientos me embargaban, mientras que mi vista acechaba la casa de Rosalía, intentando
distinguir la ventana de su habitación; parecía que mi razón iba por un lado,
mientras mi corazón por otro. Aceleré el paso, aún a riesgo de caerme de bruces
sobre el camino; estaba cada vez más cerca; ya veía la casa perfectamente
y ¡La lucecita estaba encendida!, mi
corazón se aceleró más, de pronto me sobraba el sombrero y el abrigo, quería
que se obrara un milagro, quería que…., y de repente me encontré delante de la
puerta, no había cambiado nada, todo estaba igual, hasta el color de la
fachada, parecía que no había pasado el tiempo; me quité el guante y
temblorosamente llamé al timbre, me arrepentí, ahora quería huir, escapar de
allí, y me volví, ¿Qué pretendía?, ¿Qué me estuviera esperando?, pero el sonido
de la puerta al abrirse me hizo girar la cabeza. Rosalía estaba allí, de pie,
sujetando el pomo de la puerta. Ella me miró intensamente, y yo la encontré más
atractiva si cabe, que antes; los años habían aumentado la belleza de sus
facciones, y como si ambos tuviéramos un resorte invisible que nos empujaran el
uno hacía el otro; por un momento pensé que la responsable fue mi madre; de
repente los dos estábamos fundidos en un apasionado y confortable abrazo,
-Rosalía,
perdóname, no tengo ningún derecho a….-, sus labios se depositaron suavemente
sobre los míos, y no me dejó continuar. No sabía de qué tiempo dispondría, pero
cada segundo de mi vida estarían destinados a compasarla por todos los años
perdidos. Ahora sí que mis padres
descansarían más tranquilos. Crearía mi propia familia, como ellos. ¡Por fin lograría la felicidad al lado de Rosalía!, ¡¡¡Ella me estaba esperando!!!, y sin darme cuenta, ¡¡¡era a ella a la que siempre estuve buscando!!!
Delicioso relato, no todo el mundo es tan afortunado en el amor que espera, y no pierde la esperanza.
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