...A partir
de ese momento, mi mundo cambio radicalmente. Todos los entendidos veían en mí a “una joven
promesa”. Mi primer debut como director de Orquesta fue en América, con la
Filarmónica de Dallas. Gané premios, recibía elogios y, poco a poco me
reclamaban para dirigir las mejores Orquestas del panorama actual, hasta que
conseguí crear la mía propia, “La Orquesta filarmónica Acosta”, le puse ese
nombre en honor a mi padre. Aunque, por supuesto, no todo llegó de la noche a
la mañana, se fue gestando con los años,
con el esfuerzo y el estudio del que no prescindía e ningún momento. Investigaba
y probaba movimientos nuevos que transmitir con mi batuta, mi gran modelo de
referencia era Arturo Toscanini, me gustaba por su incansable búsqueda de la
perfección, utilizando todas las artes que poseía para obtener una brillante
técnica y ponerla después, al servicio de la música.
Diez años
después inicié mi propia gira mundial junto al Coro Vivaldi, fue todo un éxito.
Mi vida diaria era todo un frenesí de idas y venidas, de ensayos, de pruebas,
en fin no tenía tiempo ni de pensar. Y fui muy cruel con dos personas
especialmente, aunque cuando aparecían en mi mente yo las hacía desaparecer,
entreteniéndola con las cosas que dependían de mí y que me exigían la totalidad
de mi “yo”, por entero, no había otra manera de hacerlo, así que ¡asunto
resuelto!, ¡mañana quizás tendría tiempo!
En cuanto
las cosas empezaron a irme bien, me puse en contacto con un amigo mío que tenía
una notaría en el pueblo, en él deposité toda mi confianza. Se ocupaba de que a
mi madre no le faltara de nada, hice que contratará a una chica muy agradable
del pueblo, para que la acompañara y le ayudara en las tareas domésticas. Yo trataba de hablar
con mi madre todas las semanas, aunque a veces nuestras conversaciones se
dilataban más en el tiempo. Ella nunca se enfadaba conmigo, me contaba como
orgullosa mostraba todos los recortes de prensa que mi amigo Eduardo, que era
así como se llamaba mi amigo notario, se encargaba de llevarle una vez por semana.
Con
Rosalía mantuve contacto durante los primeros años, por cartas y teléfono, pero
mis pensamientos se relajaron cuando trataban de imaginarme una vida en común
con ella, y sucedió, que en una de las Orquestas que tuve que dirigir conocí a
una violinista alemana que se llamaba Nixie, era una gran artista, tocaba con
una gran maestría, lograba transmitir emociones intensas, vivas y sutiles a la
vez, todo el mundo se fijaba en ella, le era difícil pasar desapercibida y como
también le acompañaba un físico excepcional, inmediatamente caí rendido a sus
pies, Me enamoré como un loco, y ella de mí, los dos vivimos momentos de pasión
descontrolada, de frenesí y delirio. Nos casamos a los tres meses de conocernos,
todo fue muy rápido como todo lo que aconteció después. Se lo comuniqué a mi
madre, que se sintió muy feliz, aunque sentía cierta pena por Rosalía, pero
sosegó mi conciencia de culpable, razonándome que lo nuestro habría sido
imposible, Rosalía nunca abandonaría a sus
padres y menos aún cuando su madre se había quedado inválida. Mi madre me dejó
claro que el amor no resiste las largas distancias, un hogar necesitaba de la
presencia de los seres que lo habían formado. Así que con las palabras de mi
madre, mi conciencia se apaciguó, y me dieron las fuerzas necesarias para levantar
el teléfono, y hablar de una vez por todas con Rosalía:
-¿Si?,
dígame-, era la voz de Rosalía, delicada, suave, afable. Un escalofrío de
emoción recorrió mi cuerpo, en esos momentos no entendí muy bien el ¿por qué?
de esa sensación, necesité unos años más para comprenderlo.
Hablé con
ella y lo comprendió todo perfectamente:
-No podemos controlar ni manipular las
circunstancias que nos surgen sorpresivamente, no somos los dueños de ellas,
hay que aceptarlas. Y ¡Quién sabe!, la
vida siempre nos pude volver a sorprender. Que tengas mucha suerte y ¡Hasta
pronto!
Mi
relación con Nixie se enfrió, todo lo que nos unía era la pasión, pero la
rutina acabó con ella, y con Nixie que desapareció de mi vida sin decir ni un
-¡Adiós! La verdad es que no me costó acostumbrarme a la soledad, no la echaba
de menos, no sufría por su ausencia, ¿Fue amor?, llegué a la conclusión de
que no.
Dos años
más tarde recibí la llamada más horrible que podía afrontar en aquellos
momentos:
-Julián,
soy Eduardo, te llamo para darte una mala noticia. Tu madre, desgraciadamente
ha muerto.
Mi madre
murió esa noche mientras dormía, la chica que la acompañaba por las mañanas, al
llegar a casa se la encontró en la cama, muerta. Al no poder localizarme a mí,
porque ¡imbécil de mí!, tenía
desconectado el teléfono ya que estaba demasiado cansado y no quería ser
molestado. Llamó a Eduardo y le contó lo que pasaba. ¡Dios!, como me dolió no
estar allí, ya habían pasado quince años desde que me fui, y egoísta de mí,
nunca encontré el tiempo para ir a verla, siempre tenía alguna excusa. Le pedí
a Eduardo que se ocupara personalmente de su entierro, quería que le hicieran
un pequeño Mausoleo donde pudiera descansar junto a mi padre y a los abuelos,
no quería que reparara en gastos.
-Eduardo,
una última cosa, ¡Por favor!, no quiero que se toque nada de la casa, cuando
regrese quiero encontrármelo todo en su lugar, en el lugar que ella había
dispuesto para cada cosa. Tan sólo quiero que la mantengan limpia, ¿podrás
encargarte de eso también?
Tras la
desaparición de mi madre, mi vida se
quedó muy vacía, era yo, el que de alguna forma también dejaba de existir, ¡ya
no podría recurrir a ningún corazón que me quisiera!, algo se había deshecho dentro
de mi alma, la parte que le correspondía
a ella, y encontré el refugio que
necesitaba en mi trabajo, en el que me
volcaba cada vez más, exigiéndome dar el máximo de mí, sin tregua, con
ansiedad; había conseguido estar continuamente ocupado, desde dar clases
magistrales a chicos que como yo sentían inquietudes por la música, a dar
conferencias en algún lugar, de los muchos que me reclamaban, y por supuesto
sin dejar de dirigir mi Orquesta, de esa manera conseguí que pasaran rápido los
años. Pero mi cuerpo cansado, me dijo hace dos meses, ¡Ya no puedo más!, y mi todavía
joven pero cansado corazón, se vengó de mí, y el resultado de unas pruebas abalaron
los primeros diagnósticos médicos. Ahora, mis esperanzas de vida dependerían
del buen uso que hiciera de mí malogrado corazón, eso junto a unas válvulas y
alguna que otra cosa, le ayudarían a que su función le resultara menos pesada,
¡Por lo menos nos dieron una tregua a los dos!...
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