After the Misdeed (1890)
De
Jean Béraud
Hoy me he levantado pensando en ti, aún después de tanto tiempo sigues
estando ahí, sigues siendo mi amor, tan solo eso, tan simple y tan
infinito, tan valioso y pertinaz como siempre.
Ahora, a mis cuarenta
y ocho años, cuando me encuentro en ese tránsito donde la juventud ya se agotó
y va llegando con sigilo la madurez, esa que me engullirá de un modo
despiadado, sin darme tregua ni opciones; precisamente ahora, estoy sola, tú me
has dejado, y hasta lo comprendo, pero a pesar de todo tenía esperanzas,
creía que después de esta gran travesía que hemos efectuado juntos ya nada nos
separaría, éramos tan cómplices, tan amigos, tan felices, pero no ha
bastado, ya no recuerdas nada, todo lo tiraste por la alcantarilla, mi vida, tu
vida. No, perdón, por un momento he olvidado que la tuya brotó de nuevo,
como las flores en la primavera, con todo su esplendor. Es la mía, la que
se ha quedado vacía, rota, hecha añicos, y sin posibilidad de recomponer los
pedazos, no me siento capaz.
Creí por un momento que con esa felicidad que vivíamos bastaba, pero
no, había algo que nos fallaba, algo que no dependía ni de mí ni de ti, era tu
amor, que aunque lo intentaste nunca pudiste tenerme. En mí sucedía lo
contrarío, yo te amaba y te ¡AMO!, pero con mayúsculas, desesperadamente, con
locura, dejando de existir si no estás a mi lado, quiero verte,
olerte, besarte, fundirme en ti, porque si no, nada tiene sentido.
Te amé desde siempre, desde que te vi por primera vez, allí sentado en
el banco de la facultad, buscando algo entre tus apuntes, con tus gafas que
intentaban ocultar esos perfectos ojos de color azul, como el mar en estado de
calma, sin marejadilla de fondo, limpios, cristalinos, brillantes. Y desde
aquel momento fui tuya, enteramente tuya, lo supe desde ese instante, y aunque
no nos hubiésemos hablado en la vida, yo jamás te hubiera olvidado. Lo sentí
tan profundamente que comencé a temblar cuando, al pasar delante de ti, me
preguntaste:
-¿Sabes dónde está la biblioteca? -Mi corazón estuvo a punto de estallar,
latió con tanta fuerza, que hasta los folios se me cayeron al suelo, y tú me
ayudaste a recogerlos. A partir de ahí fui tuya, sin condiciones, sin pactos
previos, sin pedirte nada a cambio. Era yo la que te amaba y tú el que te
dejabas amar, me querías, pero a tu modo, y fuimos felices de esa manera, un
poco a medias, y durante los diez años que duró nuestro matrimonio, yo
amándote locamente, y tú dejándote llevar, creo que inconscientemente
esperabas a que llegara tu momento, el mío llegó contigo, pero el tuyo tuvo que
aguardar un tiempo más, y por fin lo encontraste, o te encontró a ti,
quién sabe…
Intento comprender que tú no eres el culpable de mi desdicha, por
supuesto no te censuro, tú también tenías derecho a vivir tu locura, tu
desenfreno, tu delirio de amor. Yo te llevaba ventaja, fui, ¡quizás! demasiado
egoísta atrapándote con mi tela protectora del cariño, de la ternura infinita,
te ofrecí mi complicidad sin condiciones. Y ahora, de repente estoy sola,
vacía, y sufro tu ausencia, mi querido amante, mi querido amigo, mi querido
esposo.
Ahora he recordado el día que te vi cuando paseaba por la playa,
caminaba sola pero con tus recuerdos, esos en los que siempre estás tú,
que aún sigues llenándolo todo en mí, y sigues formando parte de esta cabeza
loca que vibra cuando recuerda el roce de tus ardientes labios, del olor de tu
cuerpo, la suavidad de tu piel, tu voz envolvente, y esa mirada, que siempre me
embelesaba, penetrando en lo más hondo de mis entrañas, acaparándolo
todo, adueñándose de mí, y yo flotaba a tu lado. Esos recuerdos martillean mi
cabeza, pero a la vez me acompañan, ¡te quiero tanto!, que aún soy feliz, y me
estremezco tan solo imaginándomelos.
Pero al verte, la congoja acudió a mi garganta sin poder evitarlo, y
dos lágrimas brotaron de mis ojos sin mi consentimiento, resbalando por mis
mejillas, pero el viento se encargó de borrarlas con un soplo de aire caliente,
aunque ellas tan solo se habían apiadado de mí, y de algún modo intentaban
desalojar de mi mente parte del dolor.
De lejos pude divisar como estabas acariciando la piel de una mujer
preciosa, joven, perfecta, justo la que te correspondía, a la que
estabas entregando tu vida, de la misma manera que yo hice contigo, con el
mismo ardor, la misma pasión; ahora era ella la que disfrutaba de tus
atenciones, y se te veía feliz, radiante, yo te
observaba, medio camuflada, con el pelo recogido y una enorme pamela que me
ocultaba la cara, nunca me hubieras reconocido; aunque eso era fácil estabas
demasiado entregado para advertirlo.
Mi mirada recorrió tu cuerpo tan perfecto, tan sensual, ese que me
sigue volviendo loca, con el que sueño, al que añoro. Ella se dejaba
masajear, pero era yo la que sentía tus manos en mi piel, recordando
cuando tus manos se hundían en mi cuerpo, y luego yo salía victoriosa,
liberada, con unas ganas renovadas por emprender contigo ese viaje al paraíso
al que lograbas llevarme.
Pero de repente el chapoteo de unos niños en la orilla me hizo volver a
la realidad, volver de ese letargo en el que estaba inmersa, y me sentí
mal, desconsolada, triste, y de nuevo recuperé velozmente el paso
huyendo del lugar, huyendo de ti….
Y los días han pasado, y los años también, hoy son tantos que ni me
acuerdo, ya no llevo la cuenta; hoy que la melancolía se ha levantado conmigo,
como de costumbre, ella que me acompaña diariamente desde que te fuiste, mi
fiel compañera, parece que hoy ha querido abandonarme, una llamada de teléfono
se ha interpuesto entre las dos,
-¡Hola!, quería verte.
El temblor de nuevo se apoderó de mí, ¡Eras tú!, y te respondí con un
¡Sí! rotundo, seguro, inquebrantable y nos hemos visto, tu mirada tenía otra
luz y tu voz era dulce y apasionada, querías disculparte, explicarme, pedirme
perdón. No podías vivir sin mí, aunque lo intentaste, pero yo callé tu voz con
mis labios, y tu piel ha rozado la mía y yo me he dejado llevar por tus
caricias que me han hecho vibrar, elevarme, fundirme en ti, esta vez no ha sido
un sueño, esta vez era real; ¡Tantos años soñando contigo!
Sé que la decepción no ha sido la que te devuelto a mis brazos, tenías
que vivir tu vida, esa que yo con mi amor acaparé sin darte opciones. Sé que
has tenido otros amores y que te han querido, casi tanto como yo, pero que para
ti no han significado nada.
Y hoy ¡por fin!, nos hemos encontrado en el mismo punto, en las mismas
condiciones, hoy el amor nos corresponde a los dos por entero, hoy los dos nos
hemos hundidos en esos abismos inconfesables del amor, y hemos salido
victoriosos, liberados pero con unas ganas renovadas por emprender de nuevo la
aventura.
Hoy por fin la entrega ha sido mutua de igual a igual, de amor con
amor, de pasión con pasión. Hoy al fin somos dos enamorados, y yo lo acepto
porque ahora tu si me amas, lo sé, jamás me mentiste aunque te dejaras
llevar, y el perderte fue lo mejor que nos pudo ocurrir, porque entonces
descubriste que era a mí a la que buscabas, sólo a mí...
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