...De repente no noté los dedos
de mis pies, el frío helado del suelo había traspasado mis botas que tenían
suela de material, y no eran las más adecuadas para la nieve. Estaba
anocheciendo, hoy no avanzaría, no estaba preparado aún, ¡Será mañana! Me volví
con la intención de regresar al Hostal, pero de improviso un viento suave me
envolvió a modo de caricia, no era frío, si no extrañamente cálido, tenía un
sonido peculiar, y me parecía distinguir una voz, ¡que incoherencia, por
Dios!-, pensé. Pero el sonido se hizo más nítido, más limpio,
-¡Mi
lámpara todavía te está indicando el camino!, ¡Yo sigo esperándote!
Me volví, reconocí esa voz de
inmediato, era la voz de Rosalía, no me cabía la menor duda, y de nuevo me quedé petrificado, allí encima de
aquel peñasco cubierto de nieve. El viento desapareció, y a mi mente volvieron
a acudir los recuerdos.
Mis estudios superiores
terminaron, y llegó el día de la graduación. Recibí mi título en un acto
protocolario y ceremonioso, en el que mis padres, por supuesto, estuvieron
presentes. Pero ese día, que presumiblemente se preveía feliz, terminó de una
manera que nunca hubiera querido. Después de la celebración, los tres muy
contentos, nos fuimos a festejarlo yéndonos a comer a un lujoso y conocido
Restaurante de Madrid, pero me di cuenta que mi padre no estaba bien, tenía la
cara algo pálida, aunque lo achaqué a la emoción de los momentos vividos. Pero no
fue así, no tenía ganas de comer, y sus labios habían adquirido un leve color
morado; sus gestos estaban algo contraídos, aunque el intentaba fingir,
bromeando, como si todo fuese normal.
-Papá,
¿te ocurre algo?-, le pregunté un tanto preocupado.
Mi madre me contestó:
-Está así hace varios días. No tiene ganas de comer,
por las noches no puede dormir por que
se asfixia, y tiene que sentarse en el
butacón; además el dolor en el pecho me
tiene asustada.
-Pero,
¿Cómo no me lo habéis contado?
-Tu
padre no quería estropearte este día tan especial.
-No
os asustéis, esto seguro que es algún virus que he cogido y en unos días se me
pasa. Creo que sois unos exagerados-, contestó mi padre, que no quería darle
importancia.
-Vamos,
ahora mismo te llevo al hospital.
-Pero
y la comida, ¿qué pasa con ella?-, me preguntó mi padre, intentando hacer una
leve mueca de sonrisa, aunque no lo consiguió.
-Que
espere, ya tendremos tiempo de celebrarlo, ¡Vamos rápido!, levantaros.
Los tres nos pusimos en
marcha, algo me decía en mi interior que las cosas no iban bien. Sentí un gran
miedo y no me equivoqué. Fuimos a Urgencias del Hospital más cercano, en cuanto
que lo vieron le sometieron a varias pruebas, e inmediatamente lo dejaron
ingresado, el médico nos llamó para hablar con nosotros:
-Siento
comunicarles que su padre está muy grave, las próximas cuarenta y ocho horas
serán decisivas, pero quiero serles sincero, no creo que haya esperanzas.
Me sentí desconcertado, desolado,
no entendía bien lo que trataba de decirme el médico, no podía ser, se habrían
equivocado, eso no podía estar ocurriendo. Mi madre sin embargo reaccionó con
cierta serenidad, tenía claro que había que aceptar lo que estaba pasando, no
había otra forma, cada uno teníamos un destino del que no podíamos escapar.
Esa noche mi padre murió agarrado
a la mano de mi madre, y con la mía acariciándole
la frente. Por lo visto su muerte se debió a un
infarto, al menos eso constaba en su informe, aunque él nunca había padecido del
corazón. Trasladamos su cadáver hasta nuestro pueblo donde lo enterramos junto
a sus padres, no teníamos más familia.
Durante ese verano me quedé
en el pueblo, traté de estar todo el
tiempo que podía junto a mi madre. Intentaba que retomara una rutina de vida
sin él, pero eso era imposible. El párroco me ofreció dirigir el coro de la
Iglesia, que ya había aumentado tanto en integrantes, como en la calidad de las
voces. Fue entonces cuando Rosalía entro en mi vida de un modo especial. Ella
cantaba en el coro, y de pequeños habíamos
jugado juntos, porque los dos éramos de la misma edad y en un pueblo, ¡ya se
sabe!, pero había cambiado mucho, al verla de nuevo no la reconocí, fue ella la
que se dirigió a mí.
-¡Hola
Julián!, ¿te acuerdas de mí?, soy Rosalía.
Y a partir de ese momento
empezamos una bonita relación, ella había terminado sus estudios de Magisterio
y había aprobado las oposiciones, así que estaba a la espera de que le dieran
una plaza como maestra en un colegio, aunque ella deseaba conseguir quedarse en
el pueblo, no quería dejar solos a sus
padres, ella también era hija única. Rosalía se había convertido en una chica
preciosa, delicada, de modales exquisitos y de un atractivo poder seductor. Cada vez me sentía más
embaucado por su presencia, contaba los minutos que me faltaban por verla, ¿la
quería?, aún era demasiado pronto para saberlo con certeza, lo único que tenía
claro es que de momento su imagen invadía mi mente de un modo absoluto.
A pesar de la tristeza que
embargaba a mi madre, una nueva esperanza apareció en su horizonte, ella
confiaba en que mi relación con Rosalía se formalizara, de ese modo la creación
de una nueva familia con unos niños, sería lo ideal. Mis padres siempre habían
querido que formara mi propio hogar
antes de que ellos ya no estuviesen
conmigo, para que no me quedara solo.
En septiembre de ese verano, me llamaron para hacer el Servicio Militar,
eran dieciocho meses los que tendría que estar fuera, los planes que había
elaborado tendrían que retrasarse un poco más. Ahora estaba seguro de mi amor
por Rosalía, ya no tenía dudas, con ella quería emprender mi futura vida. Y
tuve la gran suerte que me destinaran a un cuartel que estaba muy próximo,
justo entre la ciudad y el pueblo. Además, como sabía tocar el saxofón, y se
había quedado una bacante, me destinaron a la Banda militar, cosa que me gustó mucho. Y
como estaba tan cerca, excepto cuando tenía guardias, podía desplazarme casi
todos los días hasta el pueblo. Mi madre estaría más acompañada y eso me
aliviaba bastante, además Rosalía y yo ya éramos oficialmente novios, y así pudimos
disfrutar nuestro amor durante todo ese tiempo. Y digo durante “todo ese
tiempo” porque al finalizar el Servicio Militar, y estando Rosalía trabajando
ya en la escuela del pueblo, yo me desplacé un día hasta el Real Conservatorio
de Música de Madrid, me había enterado
que un gran Director orquestal iba a dar unas clases magistrales de Dirección,
se llamaba John Rattle, se trataba de un excepcional
director que había estudiado en la Universidad de Cambridge y que tomó la batuta por primera vez a los diecinueve años. Se lo dije
a mi madre y pareció entusiasmarse con la idea, aunque yo sabía perfectamente
que fingía por mí:
-Hijo,
ya va siendo hora que recuperes el tiempo perdido, sé como sueñas con llegar a dirigir
una orquesta. Creo que es una buena idea, debes matricúlate en el curso-, mi
madre, como siempre, antepuso mis sueños a los suyos de tenerme cerca. ¡Pobre
mía!
Lo
hablé también con Rosalía, a ella le pareció también perfecto, así que con la ayuda económica que
mi madre aportaba para mi educación, me matriculé. Para mí fue la
experiencia más increíble que había
vivido hasta ahora, el retomar mis estudios musicales fue como una ráfaga de
viento fresco, que te despeja y te hace sentir más ligero, más libre. Como yo
destacaba entre los quince chicos que asistíamos al curso, el Señor John;
como así le llamábamos todos, me llamó para decirme:
-Me gustaría que vinieras
conmigo a Dallas, este año voy a dirigir la Sinfónica de allí, y te vendría muy bien, de momento te podría
hacer un hueco como violinista, y luego, ¡quién sabe!, eso te podría ayudar a
adentrarte en el mundo de la dirección que tanto te gusta
Los nervios se apoderaron de
mí, ¡Viajar hasta América!, ¡Tocar en una orquesta tan importante! Yo, que casi
me había resignado a comenzar otra nueva vida, y de repente otra vez aparecía
en mi horizonte la posibilidad de conseguir mi sueño. Sentí miedo, y a la vez
un placer inmenso, le contesté:
-Pero, ¿para cuándo sería?
-Todavía, me queda recorrer
varios Conservatorios con los que tengo concertadas las clases. Creo que aproximadamente en un mes y
medio ya estaré de vuelta.
-Pero, tengo que preparar el
pasaporte, arreglar los trámites en la embajada, en fin no sé si me dará
tiempo.
-No pongas tantos “peros”,
debes decidirte ¡Ya!, el tiempo pasa muy rápido y tienes que tomar una decisión.
Tienes que valorar y aprovechar esta que te estoy ofreciendo.
Tendría que contárselo a mi
madre y a Rosalía, pero me daba pena por las dos, sobre todo por mi madre, ella
se quedaría totalmente sola, porque seguramente
yo tardaría bastante tiempo en volver, y además ahora que el Alcalde del pueblo
me había propuesto la Dirección de la Banda Municipal, y que quizás me casaría
con Rosalía. Cuando yo estaba empezando a notar alegría en mi madre; ahora las
iba abandonar, no tenía derecho a ser
tan egoísta, debía de pensarlo bien y reflexionar, tenía que tomar la decisión
correcta. Así que un poco desmoralizado, y con la pretensión de sacrificar mis
sueños a favor del bienestar familiar; en cuanto que llegué a casa se lo conté
a mi madre, ella me escuchó atentamente y cuando dejé de hablar, reaccionó como
menos esperaba,
-Vamos a ver, cariño, ¿Qué
hemos tratado tu padre y yo durante todos estos años?, tan sólo que fueras feliz, sabíamos de tus sueños, de
tus ilusiones, y también sabíamos que algún día te irías, era irremediable. No
puedes desaprovechar lo que la vida te está ofreciendo en estos momentos. Lo
justo para papá, para ti y para mí sería que fueras a América, no puedes
renunciar y conformarte con una vida que nunca te haría feliz, no hijo, no, no
puedes hacerlo.
-Mamá,
te quedarías sola-, es lo único que salió de mis labios
-Yo
siempre estaré esperando a que vuelvas, ¿te acuerdas de la parábola del “Hijo
pródigo”?, en la que el padre celebró una gran fiesta al regreso de su hijo,
pues eso mismo haré yo. El día que vuelvas, te recibiré con mis mejores galas,
te prepararé los más suculentos de los platos, avisaré a todos los vecinos del
pueblo, y yo seré la madre más feliz del planeta.
Me abracé
a mi madre, y los dos empezamos a llorar, sus lágrimas se me antojaban como una
mezcla de sacrificio y de melancolía, disfrazadas de un entusiasmo totalmente
ficticio, con el único objetivo de que yo fuera feliz. Luego hablé con Rosalía,
ella también me animó a que lo hiciera, ya me estaba conociendo a fondo y sabía
de mis ilusiones, sabía que frustrarlas podía perjudicarnos si algún día
formábamos una familia, y ella no tenía ninguna duda de lo que debía hacer:
-Primero
tienes que encontrar tu camino, y cuando estés seguro y realizado, podremos
estar juntos, tu madre tiene razón-, me dijo Rosalía totalmente convencida de
que eso era lo mejor para los dos.
Recuerdo
que esa noche no pude dormir, había vivido demasiadas emociones, y la mañana
siguiente tendría que comunicar mi
decisión al Señor John. Me levanté muy temprano, cogí el autobús hasta la
ciudad; allí habíamos quedado en una cafetería próxima a la parada, el Señor
John, estaría tan solo unas horas, porque tenía que partir para Granada donde
también tenía que dar una de sus clases magistrales. Al verme llegar, se
levantó del asiento, y extendiéndome la mano me la estrechó enérgicamente,
-Mi
querido Señor Julián, ¿se ha decidido por fin?
-Si,
estoy decidido, iré con usted, tengo que preparar todo lo que necesito para el
viaje y cuando usted me diga, estaré listo para aventurarme en ese gran
proyecto.
-De
acuerdo, me pondré en contacto contigo cuando haya terminado. Mi representante
se encargará de los billetes. Te recogeremos
en tu pueblo, y ¡Bonne Chance!, que dirían los franceses.
Durante
ese mes, a penas tuve tiempo de nada, me desplazaba de un sitio a otro,
arreglando papeles, había que realizar muchos trámites para poder ir a América.
No paraba ni un minuto, apenas veía a Rosalía, y a mi madre tan solo a la hora
del desayuno, porque ella se levantaba
muy temprano para prepáramelo. Y por fin todo estaba listo, el Señor
John me avisó que vendría el sábado muy temprano en un coche alquilado, ahora
me quedaba preparar el equipaje, mi madre me ayudó en ese cometido. Y llegó el
día de la despedida, mi madre sonreía mientras me daba ánimos, Rosalía se
acercó y me dijo en voz muy bajita:
-“Yo
te esperaré, no importa el tiempo que pase, yo siempre estaré aquí, una luz en
mi ventana te dirá que aún sigo anhelando tu vuelta”...