De Carlos Haes
Cuando me toque mi hora,
y se acabe mi tiempo…
¡Déjenme la aurora, y los hoscos humedales!
¡Déjenme el descanso, entre las fangosas tierras!
qué quiero que el azul cobalto, se apiada
de mi llanto, él me devolverá
mi figura tras el cristal
empañado,
a pesar de sus
enturbiadas olas…!
¡Y por fin regreso!
¡por fin retorna a mi esqueleto la vida!
¡Los ramajes del hondo corazón, me acarician!
Mi alma se estremece,
al reconocerme tras el viejo armazón
desdibujado
en que me he
convertido…
¡Atended mi llanto,
corrientes, que sanáis mis heridas!,
¡qué me balanceáis, tiernamente!
Cobijándome en un vaivén rítmico,
acompasado,
mecido por las tibias olas que discurren
acompasado,
mecido por las tibias olas que discurren
lento, de tan lento,
como sin prisas…
¡Pobres desafiadores de lo bello!,
desconocedores de la entramada posesión
que la Fundadora cobija…
Ella, la que tutela,
la doctorada en belleza, la sublime
creadora del paisaje grandioso
del escenario sublime
que remueve hasta lo más profundo…
Ella, la bucólica Naturaleza,
que me transporta
a la otra vida
y me invade de savia fresca,
lozana, recién paridas…
¡Déjenme llorar mis sueños!
¡Déjenme consumir mis restos
en el viejo hontanar de mis recuerdos!
¡Déjenme descansar a solas!,
Porque son otros tientos ahora,
los que rescataran mis cenizas!!!