Basada en Ophelia, un personaje ficticio de la obra
de William Shakespeare, titulada “Hamlet”; personaje trágico, convertido en
mito al ser motivo de inspiración para numerosos artistas….
Ophelia, enamorada de Hamlet, se vuelve loca
cuando descubre que su amado acaba de asesinar a su padre, al confundirlo con
otra persona. Ophelia en su desvarío, comienza unos cantos, mientras ofrece
flores a las lóbregas aguas del río, donde, ¿se suicida?, ¿pretende su
descanso’, o cae fortuitamente en sus aguas…
“Ophelia”
De Sir John Everett Millais (1851-1852)
Y perdurará mi llanto cobijado entre las
letras,
y retratarán el aspecto de mi externo,
engalanándolo con flores muertas.
Creerán la leyenda que fraguarán los
genios
los maestros, los doctos de la
experiencia…,
ésos que después de los tiempos
me mantendrán atada a la existencia.
A ésa que un día fue,
a la que una tarde se quedó atrapada
en la mitad de dos mundos,
¡entre tu delirio desbocado que me
aniquiló,
y mi locura de amor, que destruyó mi
existencia!
Y así, en medio del desconcierto,
en ese preciso instante donde se fraguó
mi destino,
mantendré mi ser acompañado
por un sueño plácido,
sin cantos con cadencias de armonía,
tan sólo el reclamo de los
orquídeas y los juncos,
o el suave roce de las hojas aceitunadas,
que también están muertas,
¡qué ya no están vivas!,
porque ahogaron su leve embrujo del
canto
en este cristal del agua sombrío,
donde se quedarán por siempre,
los despojos de mi vida…
Porque continuaré viva, a pesar de no estarlo,
porque me hundió tu locura
y la hice mía,
con su lamentable seducción ingrata.
Porque te amé hasta el delirio,
hasta más allá de la enajenación de este
alma,
que aún sufre, que aún pena lamentándose
cada noche,
sin acompañantes de violines,
ni clarinetes, ni trompetas.
Porque ya el fagot tocó a réquiem,
ya la tuba, tocó a muertos
y le siguieron a mi canto atormentado,
ése que suena en el fondo,
el que se lamenta desde las lóbregas
aguas del río…
¡Ay, amado mío!
¿Por qué, oh, príncipe mío me acercaste
al abismo?
¿Por qué me enviaste al exilio?
¿Por qué, amor, tanto resentimiento?
¿Por qué, si eras mi vida?
¡Ay, amado mío,
que inundaste cada minúsculo espacio mi
ser,
que dejó de ser,
que ya dejó de latir
porque se quedó nula su existencia!
¿Porqué llegaste tiranizándome, como
arrasando mi débil
e infanta aprendiz de alma?,
Destruyendo los sueños,
evaporando mis ansias, cubriendo mi
cielo
de estrellas blancas, con el tul del
negro enlutado!!!
Y me causaste tanto dolor y congoja,
que vertí mil lágrimas de sangre,
y me ahogaron en el desconsuelo
cuando te escuché cual Cicerón
blandiendo
con espadas de letras,
un mensaje
una codicia, o un lamento:
¡Morir, o dormir…, o quizás soñar!...
Y se
quedaron prendidas con alfileres de fuego
cada letra de las palabras,
de cada palabra funesta,
en la hechura de mi agónica tristeza.
No bastándote, ¡tanto dolor
proporcionado!,
reemprendiste, de nuevo tú
acometida.
¡Pobre de mí!
Uniendo a tu hechizo ejercido,
la crueldad de robarme,
despojándome de ése otro amor,
ése, de aquél que me dio la vida…
Por eso cedí al reclamo,
por eso precipité mi descanso
y ahogué mis desconsuelos en el cristal
de las aguas,
que corren lento,
de tan lento, que me aguardan
porque esperan y me reclaman,
y gritan mi nombre que suena a lo lejos:
¡Dulce Ophelia!
¡Ven!
¡Acude!
¡Éste es tu sitio, tu sino, tu concluyente final,
el de tus días!
Y ya acudí presurosa,
ya el deseo que corroyó mis entrañas,
me exige.
Los fuertes efluvios de un amor
encubierto,
me pretenden.
Ya retoma el espacio mi delirio,
que deshace el minúsculo instante de cordura
el que alberga mi realidad,
la más siniestra.
Y las voces que se impacientan,
Y de nuevo, ¡qué me apremian!,
es el canto amargo del lóbrego río que
reclama mi presencia.
¡Noble río, espérame!,
¡Qué ya llego presurosa!
¡Qué quiero someterme a tus aguas, noble río!,
¡Qué quiero que me cubras con flores sombrías
mi ropaje y lo corpóreo de mi
existencia!
¡Porque ahora quiero vivir, sabiendo que
existiré
en el espacio del desvarío, del absurdo,
el de mi locura manifiesta!…
Y ¡por fin el descanso!
¡Por fin el sueño eterno
que
te mantendrá conmigo!
Ya no podrás alejarme.
¡Ay, amor mío!,
¡ya te quedarás atado
a la pasión que te profeso!
¡Aunque engalanada en el espejo del río
con ramales tornasoles,
de orquídeas y de violetas!